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En el camino espiritual, uno de los mayores obstáculos es creer que ya comprendemos todo. Sin embargo, la verdadera transformación comienza cuando reconocemos que el conocimiento acumulado no es suficiente para alcanzar la plenitud interior. En este artículo, te invito a descubrir tu enorme poder personal interior al aprender a pensar como Cristo, una forma de pensar que va más allá del intelecto y la memoria, y que se basa en la unidad con Dios, el perdón absoluto y la autoridad espiritual del «Yo Soy». Este viaje no es para principiantes ni para quienes buscan consuelo emocional rápido, sino para aquellos que desean una transformación profunda y duradera.
La mente de Cristo: el principio activo del pensamiento creador
Pensar como Cristo no es simplemente imitar las acciones externas de Jesús ni repetir sus palabras. Es una transformación interna, una estructura mental que opera desde la causa y no desde el efecto. Como dice el apóstol Pablo, «Más nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2:16). Esta mente está presente en cada ser humano como una semilla espiritual que debe activarse renunciando a la mente antigua, esclava del tiempo, la apariencia y el temor.
La mente humana común reacciona ante las circunstancias basándose en hábitos y emociones, mientras que la mente de Cristo responde afirmando la verdad y creando desde la claridad. No juzga lo que ve, sino que afirma lo que es. Esta mente divina es la ley de Dios en acción: lo que piensa sucede porque está alineado con la causa primera. En este sentido, pensar como Cristo es dejar de interpretar la vida según la apariencia y comenzar a verla bajo la ley de Dios, discerniendo entre lo que parece y lo que es.
Vaciar la copa: la primera disciplina
No se trata de crear la mente de Cristo, sino de limpiar el canal por donde fluye. Esto implica vaciar la mente de pensamientos falsos, dudas, temores y deseos humanos. Mientras mantengas la mente centrada en la necesidad o la carencia, seguirás pensando desde la ausencia y, por tanto, manifestándola. En cambio, al declarar con autoridad espiritual que todo está cumplido, permites que la ley opere desde la causa y no desde el efecto.
Este proceso es un acto de renuncia al «yo» inferior, que quiere controlar y protegerse, para vivir desde la certeza de que la voluntad de Dios es el bien absoluto. Así, la mente de Cristo disuelve el miedo, el tiempo y la carencia como errores de percepción.
Renunciar a los juicios de la carne para pensar espiritualmente
El primer paso para pensar espiritualmente es abandonar el juicio basado en los sentidos y la lógica humana. La mente espiritual no acepta las apariencias como verdades definitivas, sino que las reconoce como sombras proyectadas por pensamientos. Jesús enseñaba: «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio» (Juan 7:24), refiriéndose a un discernimiento metafísico que ve el origen de la forma en el pensamiento que la causó.
Los juicios basados en la carne, como «Estoy enfermo» o «Soy pobre», son sentencias cerradas que se vuelven cadenas mentales al repetirse. Pensar espiritualmente implica ver más allá de la forma, reconocer que lo aparente no es la verdad, y afirmar esta verdad constantemente hasta que la ilusión ceda.
Ejemplos prácticos de cambio de interpretación
- Si pierdes tu empleo, la mente carnal dirá «Estoy en crisis», mientras que la mente espiritual dirá «Dios tiene algo mejor para mí».
- Si alguien te insulta, la mente carnal reaccionará con ofensa, pero la mente espiritual verá una oportunidad para afirmar la invulnerabilidad espiritual y la expresión del amor divino.
Este cambio no es negar la experiencia, sino negar la autoridad a la apariencia y afirmar la verdad desde la mente de Cristo. Así, se disuelve el conflicto y se eleva la vibración del entorno.
El «Yo Soy»: la consciencia de filiación divina
En el centro de tu ser vive una presencia inmutable, perfecta y eterna: el Cristo interno, el Hijo de Dios en ti. Su expresión mental suprema es la afirmación «Yo Soy». Esta no es una etiqueta psicológica, sino una declaración metafísica que invoca tu naturaleza espiritual y decreta tu ser.
Como dijo Dios a Moisés, «Yo soy el que soy» (Éxodo 3:14), esta afirmación representa la realidad pura y eterna sin tiempo ni condición. Por eso, cada vez que dices «Yo soy», estás activando una orden en tu subconsciente que puede manifestar salud, paz, provisión y sabiduría, siempre que lo hagas con fe inquebrantable y no con duda o espera.
El poder de las palabras que siguen al «Yo Soy»
Es vital cuidar lo que colocas después de «Yo soy». Decir «Yo soy débil» o «Yo soy pobre» activa esas condiciones, mientras que afirmar «Yo soy uno con Dios» o «Yo soy la salud de Dios en manifestación» alinea tu mente con la mente de Cristo y activa el poder divino en ti.
Este reconocimiento no es arrogancia, sino obediencia espiritual. Negar tu herencia divina es negar al Padre, mientras que afirmarla con fe te conecta con el poder y la paz del reino de Dios.
Dominar el pensamiento: ley mental y oración afirmativa
Toda experiencia humana es resultado de un pensamiento sostenido con fe. Esta es una ley espiritual que actúa sin excepción ni favoritismos. No se requiere devoción, sino aplicación consciente y disciplinada. La mayoría de las personas solo repiten ideas prestadas y reaccionan sin propósito, mientras que el verdadero pensamiento implica elegir deliberadamente qué idea mantener, sin distracción ni duda.
La oración afirmativa como herramienta de poder
La oración afirmativa no es una petición a una voluntad externa, sino una declaración interna de una verdad espiritual. No suplica, sino que decreta; no describe el problema, sino que afirma la solución. Jesús enseñó: «Cuando oréis, creed que ya lo habéis recibido» (Marcos 11:24). Esto implica pensar, sentir y actuar como si la manifestación ya fuera un hecho.
La estructura de la oración afirmativa incluye:
- Reconocer a Dios como presencia total.
- Afirmar la verdad sobre la situación.
- Declarar la manifestación como realizada.
- Dar gracias con gratitud sincera.
El enfoque no es la cantidad de repeticiones, sino la calidad y certeza con que se afirma la verdad. Una sola afirmación con convicción puede ser más poderosa que cientos con duda.
Ejercicio diario para instalar la mente de Cristo
- Siéntate erguido en un lugar tranquilo y cierra los ojos.
- Respira profundamente tres veces, afirmando mentalmente: «Dios está aquí» al inhalar y «Todo está en orden» al exhalar.
- Declara tres veces en voz baja o mentalmente: «Cristo en mí piensa, siente y obra».
- Visualiza tu mente como un cielo claro, dejando que cada pensamiento crístico sea una estrella brillante.
- Afirma durante un minuto: «Yo soy salud, yo soy paz, yo soy provisión, yo soy sabiduría, yo soy amor».
- Termina con gratitud: «Gracias Dios, porque ya está hecho».
Este ejercicio, realizado diariamente durante 21 días, reentrena la mente para vivir desde el principio divino.
La visión crística: mirar el mundo sin ceder al temor
La mente humana natural interpreta la realidad a través del temor, generando conclusiones basadas en amenazas, pérdidas y conflictos. La visión crística, en cambio, es ver el mundo como Dios lo ve: más allá de la forma, las circunstancias y el juicio, enfocándose en la causa y no en el efecto.
Esta visión permite al alma descansar en medio del caos, sanar en medio del dolor y avanzar en la incertidumbre. El temor surge de creer en la separación y en la posibilidad de daño fuera de la voluntad de Dios, lo cual es imposible.
Cómo cultivar la visión crística
- Observar sin reaccionar, con intención y sin tomar como definitivo lo que cambia.
- Reemplazar la anticipación negativa por afirmaciones de confianza: «Dios gobierna esta situación».
- Recordar que el Cristo ve pureza donde otros ven enfermedad, y unidad donde otros ven división.
- Practicar diariamente la afirmación: «Hoy veo con los ojos del Cristo. Mi visión es clara, mi juicio es recto, mi mente está en paz».
Esta forma de ver transforma la frecuencia del pensamiento y permite que la ley divina actúe en la realidad.
Perdonar desde el Cristo interno: una transformación mental profunda
El perdón verdadero no es un acto sentimental ni una simple justificación, sino una operación mental que disuelve pensamientos de error alojados en la mente. Perdonar no cambia el pasado, sino la interpretación mental del pasado, liberando así al que perdona.
Jesús enseñó el perdón como una ley mental infinita, que debe sostenerse constantemente. Cada pensamiento de rencor es una prisión mental que limita la experiencia del amor y la paz.
Cómo practicar el perdón consciente
- Reconoce el dolor y el pensamiento de error sin luchar contra ellos.
- Lleva esos pensamientos al Cristo interno y afirma: «Este pensamiento no viene de Dios. Lo entrego a la luz».
- Decreta la verdad opuesta, por ejemplo: «Yo soy la aceptación plena de Dios» o «Yo soy la fidelidad divina en toda relación».
- Repite diariamente un decreto de liberación de juicios y resentimientos para limpiar el subconsciente.
El perdón desde el Cristo interno restaura la mente, mejora las relaciones, desbloquea situaciones y libera energía atrapada en el ego.
La verdadera individualidad: manifestar la idea divina
Una confusión común es creer que la individualidad es lo mismo que la personalidad. La verdadera individualidad es tu naturaleza espiritual única, la idea divina que Dios tuvo al pensarte, y no la máscara cambiante de la personalidad construida por el ego.
Despertar a esta individualidad implica descubrir tus dones, inclinaciones y la expresión auténtica del espíritu, no copiar o compararte con otros. Cuando manifiestas tu idea divina, el universo coopera, la energía fluye y la vida responde con orden y propósito.
Cómo revelar tu verdadera individualidad
- Afirma diariamente: «Yo soy expresión de una idea divina perfecta».
- Observa tus pensamientos recurrentes, deseos puros e impulsos creativos.
- Actúa desde el centro divino, no desde las expectativas o miedos externos.
- Renuncia a las falsas ideas del ego y reconoce que eres la huella viva de Dios en la tierra.
Este despertar es la base para vivir con autoridad espiritual y coherencia interna.
El error es ilusión: desprogramando el pensamiento del mundo
El mal, el dolor y la carencia son experiencias reales, pero no tienen origen divino ni sustancia propia. Son ilusiones creadas por pensamientos falsos que se han repetido y compartido culturalmente. El Cristo vino a romper esa hipnosis mediante la demostración y la afirmación constante de la verdad.
Desprogramar el pensamiento del mundo implica desaprender creencias heredadas y sustituirlas por afirmaciones firmes de la verdad espiritual. No se trata de luchar contra el error, sino de reemplazarlo con luz, porque donde hay luz la sombra desaparece.
Ejercicio para disolver creencias falsas
- Haz una pausa y declara: «Cristo en mí disuelve ahora toda ilusión».
- Repite afirmaciones como: «Yo soy la mente de Dios en expresión», «En mí no hay error ni duda», «Solo la verdad es real».
- Declara tu libertad mental y la manifestación de la verdad en tu vida.
- Haz este tratamiento metafísico diariamente durante 21 días, con determinación y fe.
Este ejercicio limpia tu mente y permite que la ley divina opere sin resistencia.
Obedecer a Dios desde dentro: intuición y silencio interior
Obedecer a Dios no es cumplir reglas externas ni códigos morales, sino alinearse con la guía del Cristo interno, que se percibe en el silencio y la intuición. Esta obediencia es una escucha activa y confiada que no depende de la lógica ni del miedo, sino de la certeza interior.
El ruido del mundo y del ego ahoga esta voz, pero al practicar el silencio interior diariamente, puedes escuchar la dirección divina que siempre susurra, nunca grita.
Cómo desarrollar la obediencia espiritual
- Retírate diariamente, aunque sea por unos minutos, al «desierto del alma» para escuchar en silencio.
- Reconoce que la intuición es clara, serena y siempre invita a la armonía y la fe.
- Obedece la guía interna incluso sin entender completamente, confiando en que es correcta.
- Practica la declaración: «Padre, estoy aquí. Cristo en mí, guíame».
Esta práctica fortalece la conexión con la voluntad divina y transforma tu forma de actuar en el mundo.
Cristificación práctica: pensar, hablar y actuar como el Cristo vivo
La espiritualidad verdadera no es un ideal abstracto, sino una práctica diaria que integra pensamiento, palabra y acción desde la mente divina. Pensar como Cristo implica afirmar la verdad sin juzgar ni dudar, hablar con poder y vigilancia, y actuar con coherencia y generosidad.
La palabra es ley y cada palabra pronunciada con convicción se convierte en semilla mental que da fruto. Por eso, hablar como Cristo es usar el verbo como instrumento creador y evitar palabras que confundan o separen.
La coherencia entre pensamiento, palabra y acción
La verdadera cristificación no se logra solo con el pensamiento o la palabra, sino con la acción coherente que refleja la verdad interior. Cuando hay coherencia, la mente se ordena y la vida se alinea, manifestando paz, claridad y transformación.
Rito diario para establecer la mente de Cristo
- Al despertar, declara: «Este es un nuevo día en el reino de Dios. El Cristo en mí toma el control».
- Afirma rítmicamente: «Yo soy la mente de Cristo en plena expresión. Hoy pienso desde el amor, actúo desde la verdad, hablo desde la paz».
- Ora: «Padre, no permitas que me aparte de ti hoy. Solo quiero vivir como tu hijo y pensar como Cristo».
- Guarda un minuto de silencio para integrar la afirmación.
- Antes de levantarte, declara: «Yo salgo hoy como expresión viviente del Cristo. Nada puede detenerme ni confundirme».
Repite este rito durante 40 días para afianzar la transformación mental y espiritual.
Conclusión: planta solo las semillas del reino y transforma tu mundo
Todo pensamiento es una semilla que produce frutos en tu vida. Descubrir tu enorme poder personal interior es comprender que tú eres responsable de tu mundo y que puedes elegir conscientemente qué pensamientos sostener. Pensar como Cristo no es un acto religioso, sino una ley de vida que te invita a sembrar solo pensamientos de verdad, paz, abundancia y amor.
Recuerda que cada mañana tienes un campo fértil para plantar. Puedes elegir sembrar miedo, juicio y desánimo, o fe, gratitud y claridad. Nadie puede hacerlo por ti, pero el Cristo en ti está esperando que decidas y mantengas esa decisión con fidelidad.
«El Cristo en mí piensa, habla y actúa, y todo lo que soy es expresión de tu bien. Gracias porque ya estoy en el reino. Gracias porque ya está hecho.»
Haz silencio, respira y decide hoy mismo vivir desde esa verdad, porque así descubrirás tu enorme poder personal interior y transformarás tu vida y el mundo que te rodea.
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