El secreto de ver a Dios como un fin
¡Ah, la eterna búsqueda del ser humano! Desde que aprendimos a caminar erguidos y a no confundir nuestros pulgares con aperitivos, hemos estado en una constante misión de encontrar respuestas. Y, como si no tuviéramos suficiente con preguntarnos por qué los aguacates se ponen malos justo cuando decides hacer guacamole, también nos cuestionamos sobre Dios.
Pero, ¿qué es Dios para nosotros realmente? ¿Es el gran dispensador de deseos en el cielo, una especie de genio de la lámpara cósmico al que frotamos con nuestras oraciones esperando que nos conceda tres (o más) deseos? ¿O es algo más?
Muchos de nosotros tratamos a Dios como si fuera el último recurso en nuestra lista de contactos de emergencia. Ya sabes, ese al que llamas cuando has agotado todas las demás opciones y estás desesperado. «Querido Dios, si me ayudas a aprobar este examen para el que no he estudiado, prometo que seré bueno… al menos hasta el próximo examen». Suena familiar, ¿verdad?
Es como si tuviéramos una relación de amigos con beneficios con el Todopoderoso. Le prestamos atención cuando necesitamos algo, pero el resto del tiempo, bueno, estamos «en otras cosas». Imagina tratar así a tu mejor amigo. «Hola, ya sé que no te he hablado ni buscado en años, pero es que esta vez necesito tu ayuda con urgencia, ¿podrías prestarme dinero?» Apuesto a que ese amigo te bloquearía más rápido de lo que un adolescente cierra en su ordenador una pestaña de incógnito cuando su madre entra sorpresivamente en la habitación.
Pero aquí está la cosa: Dios no es tu cajero automático celestial, ni tu asistente personal divino, ni siquiera tu terapeuta sobrenatural (aunque, seamos honestos, probablemente todos necesitamos uno de esos). Dios es… bueno, Dios. El Alfa y el Omega, el principio y el fin. No un medio para un fin, sino el fin en sí mismo.
Piénsalo de esta manera: ¿Te has enamorado alguna vez? Y no, tu obsesión con el último iPhone no cuenta. Hablo de ese amor que te hace sentir completo, que da sentido a tu existencia. Cuando estás con esa persona, no estás pensando «¿qué puedo obtener de esto?». Simplemente disfrutas de su presencia, de la conexión, del momento.
Así debería ser nuestra relación con Dios. No se trata de lo que podemos obtener, sino de lo que podemos ser. Es como esa cita de «El principito»: «Lo esencial es invisible a los ojos». Lo esencial en nuestra relación con Dios no son los favores que nos hace, sino la transformación que experimentamos.
Claro, no hay nada malo en pedirle cosas a Dios. Después de todo, ¿para qué están los padres si no es para pedirles dinero? (mis padres ya no viven, pero si estuvieran leyendo esto, no les haría mucha gracia). Pero si esa es la única razón por la que te acercas a Él, te estás perdiendo el plato principal y conformándote con las sobras.
Imagina que vas a un concierto de tu artista favorito solo para pedirle un autógrafo y te pierdes toda la actuación. O te pasas el concierto grabando con el móvil mientras te pierdes lo mejor del espectáculo. Así de ridículo es tratar a Dios solo como un medio para conseguir cosas. Te estás perdiendo la sinfonía cósmica por estar ocupado haciendo tu lista de deseos.
En el fondo, todos buscamos algo más grande que nosotros mismos, algo que dé sentido a nuestra existencia más allá de decidir qué serie maratonear este fin de semana. Y ahí es donde entra Dios. No como un genio de la lámpara, sino como el autor de la historia en la que estamos viviendo.
Así que la próxima vez que te encuentres negociando con Dios como si estuvieras en un bazar turco, detente y pregúntate: ¿Estoy buscando a Dios o solo sus regalos? ¿Estoy tratando de usar a Dios como un medio para mis fines, o estoy permitiendo que Él sea el fin último de mi existencia?
Porque al final del día, o mejor dicho, al final de la vida, lo que realmente importará no será cuántas veces Dios te ayudó a encontrar las llaves del coche (aunque eso siempre se agradece), sino cuánto te acercaste a Él, cuánto le permitiste transformarte.
Y quién sabe, tal vez descubras que en el proceso de buscar a Dios como un fin en sí mismo, encuentres también todas esas cosas que estabas buscando… y mucho más. Porque como dijo alguien mucho más sabio que yo (probablemente mientras buscaba sus llaves): «Busca primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura».
Así que ya sabes, deja de tratar a Dios como tu asistente personal celestial y empieza a tratarlo como… bueno, como Dios. Podrías sorprenderte de lo que sucede cuando dejas de ver a Dios como un medio y empiezas a verlo como el fin. Un spoiler al respecto: es bastante épico.
Que maravilloso comentario!!! Es verdad es Dios tan poderoso que siempre nos ayuda y siempre nos está guiando. Afortunadamente ya se que le agrada a Dios, que es lo que quiere Dios que hagamos, por eso Jesús nos ha dejado ejemplos, para que nosotros también hagáis. Mi iglesia donde voy es la Iglesia de Dios Sociedad Misionera. Si la llegas a encontrar mi estimado Paco, no dudes en visitarla y también sabrás que quiere Dios de nosotros y por añadidura nos irá muy bien y lo mejor regrese al reino de los cielos. Saludos
Hola César, muchas gracias por tu comentario e invitación. Un abrazo desde Madrid