Me considero una persona bastante promedio en todos los aspectos menos en uno. Mi promediez alcanza campos tan variados como el de los ingresos, el de las amistades o el del deporte, por ejemplo. En lo que no me considero promedio es en la fortuna que he tenido por haberme casado con quien me he casado. Amo profundamente a mi mujer, expresión que desde hace varios meses y por haber sido utilizada por cierto personaje público con intenciones bastante torcidas, se ha puesto de moda.
Digo lo anterior porque lo que voy a contar juro que es cierto, que lo he vivido personalmente y que siento la necesidad imperiosa de compartirlo. Y como soy una persona promedio, lo que voy a contar se sale de lo normal, razón por la que hice la aclaración anterior.
Hace unos días, mientras estaba con mi hijo menor, de 23 años, observamos por la ventana de nuestro piso cómo dos ovnis (objetos voladores no identificados) entraban en la casa del vecino a través de su ventana. No eran grandes como los de las películas y cabían sin problemas por las ventanas del vecino, que estaban abiertas.
Observé cómo iluminaban todo el piso del vecino según lo iban recorriendo, con esos tonos multicolores, tremendamente atractivos, parpadeantes y luminiscentes, esto sí más parecido a lo que ya he visto en películas.
Veo entonces que salen de nuevo por la ventana, y se dirigen hacia la mía, en la que tanto mi hijo como yo seguíamos mirando con las ventanas abiertas también y que se introducen en mi casa. Reconozco que me sentía nervioso, pero en nada asustado. De forma extraña una calma insensata e ilógica me invadía. A mi lado, mi hijo tampoco parecía sentirse asustado en lo más mínimo.

De forma extraña una calma insensata e ilógica me invadía. A mi lado, mi hijo tampoco parecía sentirse asustado en lo más mínimo.
De los ovnis surgieron dos niñas, ambas vestidas con una especie de camisón. La que parecía ser la de mayor rango, por decirlo de algún modo, se dirigió a mi y me hizo una pregunta que me dejó ciertamente confundido.
– ¿A dónde os gusta ir de vacaciones? ¿Qué te gustaría hacer ahí donde vayas?
– Esquiar, le contesté. No sé a dónde todavía, pero sí sé qué queremos hacer.
– Y, ¿deseas ir a esquiar este año o el que viene en algún momento?
– Sí, le dije, en enero lo tenemos pensado.
– Y, ¿cuánto dinero piensas gastarte?, preguntó.
– A todo esto, yo no podía dejar de ver a la otra niña quien sacaba abiertamente una cartera llena de billetes, en este caso, euros. Y podía darme perfecta cuenta de que eran muchos.
– Pues unos tres mil euros, le contesté después de hacer cuentas rápidamente en mi cabeza.
– Estupendo, dijo. Y dirigiéndose a su compañera le dijo: Dale tres mil euros al señor, por favor.
– Un momento, dije yo en ese instante. ¿De dónde viene este dinero? ¿Por qué me lo vas a dar?
– Viene de Dios, respondió. Y te lo voy a dar porque Dios quiere.
– ¿De Dios?, repliqué. Dios solo manda pruebas, pero no da regalos así porque sí. Y, además, ¿qué haces llegando en una nave espacial?
– Nos adaptamos a los tiempos modernos. Seguramente te sorprendo menos así que si llego volando con unas enormes alas, respondió sin parpadear. Y Dios no solamente manda pruebas, yo soy una prueba de que no manda pruebas, respondió firmemente.
– Vale, vale, pero sigo sin creer que sea gratis, sin haberlo solicitado. Me imagino que, si lo pides, a lo mejor Dios te lo concede. Siempre ha sido un misterio porqué unas plegarias son escuchadas y otras no. ¿Qué eres? ¿Socialista? ¿Qué me vas a pedir a cambio de darme dinero de la nada?
– Yo no soy socialista. En todo caso diría que no creo en el socialismo, ni creo en nada que no sea Dios. Pero no usaría el verbo ser con tanta ligereza. Nosotras tenemos el uso del verbo ser muy limitado y nunca lo usamos para definirnos. Simplemente somos. Pero dime, ¿qué tienes en contra del socialismo?
– ¿Conoces algún país en el mundo en el que el socialismo haya generado prosperidad?, le contesté rápidamente, ¿Me puedes dar un ejemplo? Y no digas que China, porque eso es de todo menos socialismo.
– Efectivamente no conozco ninguno porque sabes muy bien que no existe, contestó tranquilamente. Pero, a diferencia del socialismo, este regalo es para ti y no te pido que hagas nada para recibirlo. No hay nada que tengas que hacer, ni siquiera dar las gracias si no te nace. Ni rendir culto a Dios, ni rezar, ni ir a misa, nada. Nada de nada.
– Me cuesta trabajo creerte. Nada es gratis en este mundo. Me da miedo aceptarlo, dije finalmente. Además, lo voy a tener que tributar como ingresos. Estoy en España, ya sabes.
– En cuanto a tributarlo, no sé, haz lo que quieras. De todos modos, te van a sacar dinero, pero no te preocupes. Ya habrá otro mejor momento, en otro ahora, ya que el futuro no existe, como sabes muy bien.
Y junto con su compañera, quien recogió ordenadamente su enorme fajo de billetes, se subieron a los ovnis y se fueron.
Desde luego me sentía confundido. No sabía si alegrarme de haber resistido la tentación o entristecerme de haber dejado pasar una oportunidad. Inmediatamente me di cuenta de que ese ser, ángel o lo que fuera, me había permitido aprender algo muy valioso en la vida. Me había enseñado a arrepentirme de corazón. Porque llegado enero y teniendo que sacar esos tres mil euros del bolsillo para ir a esquiar, sé que me voy a arrepentir de no haber tomado el dinero ahora. Otro sentimiento que me llegó a renglón seguido fue el de estupidez, porque me pregunto cuántos otros regalos de Dios, que me ha enviado en mi vida, no he aceptado. Con todo, me siento tranquilo de saber, al menos eso espero, que a Dios no le importe mi ceguera y que seguirá intentando regalarme cosas, bendiciones y mucho amor sin pedirme nada a cambio.
PD. Juré que había vivido esta experiencia y no lo hice en vano. Ciertamente no fue en el mundo real, pero tal cual la cuento la soñé, hace, como dije al principio, unos 4 días. Con claridad observé en mi sueño los platillos voladores entrando por mi ventana, vi los fajos de billetes de euro, hablé de socialismo con la niña y se fue sin darme el dinero, fundamentalmente porque yo lo rechacé. La historia está algo, ligeramente, adaptada, inevitable dada la naturaleza surrealista de los sueños. Igual y este sueño fue un regalo mayor a los tres mil euros, incluso mayor a todo el dinero del mundo. Quién sabe.